sábado, 27 de noviembre de 2010

Tenía que suceder, pero no sé si tan pronto. Lleva tres días nevando sin parar y parece que va a persistir durante otros tantos, al menos. Ésta era la vista desde mi ventana esta mañana:

Me he comprado un par de plantas más, por cierto. A ver si soy capaz de que me sobreviva el helecho.
No tenía nada en la nevera, y la idea de pasar el fin de semana a base de arroz hervido me ha servido para forzarme a salir de casa porque prefiero el frío al escorbuto. Cerca de casa hay una especie de todoacién con un toldo debajo del cual hay cosas para que la gente las adquiera, como estas cajas de tinte de pelo sepultadas por la nieve.


Lo cierto es que la nieve recién caída tiene su lirismo.
Los lugares adquieren otro aspecto, y es posible que el aumento en la albedo anime a las personas, porque se percibe mucha más luz. Aquí, la vista desde mi oficina:

Y algunas fotos tomadas al salir el jueves de la universidad:


Pero no nos engañemos, la alegría de la nieve dura poco. Ir en bici se convierte en una tortura si no llevas pasamontañas (ayer pensé que me iban a salir sabañones en la cara) y toda la blancura se desvanece pronto, para convertirse en ese barro helado que convierte caminar en algo ingrato e incierto.

Para que nos vayamos haciendo a la idea, el termómetro que hay en la plaza del ayuntamiento está preparado para marcar hasta -20º.


Que Dios nos coja confesaos.










lunes, 22 de noviembre de 2010

Uno va al banco a cagarse en sus muertos, y , al llegar a ventanilla, le hacen una caída de párpados. ¿Es acaso una estrategia para dejar al cliente fuera de juego y que no se queje?

viernes, 19 de noviembre de 2010

veinte ene

La menor intención interrumpe el autobombo para desearles un feliz 20N.


Bajo estas líneas, una caja de embutido (muy adecuadamente, chorizo), en un supermercado. Se me hincha el pecho.

Las clases de danés son duras de narices, y nos ponen un montón de deberes. Pero cuando salgo a las 20.45h, con tres horas y media de clase entre pecho y espalda, no está el tiempo para hacer mucho más que irse a casa a hacer deberes.

Hoy ha empezado a caer aguanieve.



Así combato el mal tiempo desde el despacho: sopa de sobre e higiene dental.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Mi abuela Encarna me explicó que era un hombre malo. Era un hombre malo porque en su país los niños pasaban hambre y él le daba salami a los perros. Esta explicación tan concisa, y las manos de su esposa asomando, atadas, por la bocamanga de un abrigo de color tostado, es todo lo que recuerdo de Nicolae Ceauşescu.


Desde el final de mi tierna infancia (porque los siete años ya no son tiernos, se mire como se mire), pensar en salami me lleva a pensar en Ceauşescu, y viceversa. ¿Le corresponde acaso a cada dictador un producto cárnico?

Probemos:
Francisco Franco - Morcilla de arroz
Adolf Hitler - Leberwurst
Kim Jong-il - Perro frito

Aquí he conocido a unos cuantos rumanos, y cuando le explicaba a una de ellos esta asociación de ideas mientras me daba a probar un embutido que se había traído de la tierra, caímos en que iban a echar un documental sobre Ceauşescu en el cine. A pesar de que el tema les daba un poco de pereza, conseguí convencerles para que vinieran conmigo y me explicaran cosas.

Me explicaron, por ejemplo, que la gramática del dictador era penosa y que los subtítulos en inglés del documental trataban de captar su poco don de palabra; aunque eso ya se percibe al oírle titubear durante las ruedas de prensa.



Su mujer, por otro lado, también tiene su interés. Si nosotros tuvimos a La Collares, los rumanos tuvieron a La Diplomas, una individua con estudios básicos que, de algún modo, se sacó, es decir, le sacaron un doctorado en algo de polímeros.

Pero de este recomendabilísimo documental me quedo, además de con el metraje sobre marchas en Corea del Norte, China y el particular nacionalismo folkista del Partido Comunista Rumano, con una observación proferida por el propio dictador, que tampoco llegó más allá de cuarto en la escuela, en un mercado lleno de comida que hace las veces de decorado para la ficción de prosperidad y progreso que Ceauşescu parecía creer sobre su país:


«El pan sabe mejor cuando se hace fuera del Capital.»


domingo, 7 de noviembre de 2010

Cerveza, cánon, concierto

Es muy jodido ser una planta de interior, hay que tratar de ventilarse. Si no se hace, acaba uno así de pocho.


El otro día hice de tripas corazón de verdad de la buena, y vi la vuelta del Barça-Copenhague de la Champions en un bar. Y más me valdría haberme quedado en casa, porque fue un tostón de partido, no sólo porque el fútbol me aburre, sino porque parecía que tuvieran el empate como objetivo, cosa que no es fácil del todo. ¿Habéis intentado perder al tres en raya con todas vuestras fuerzas?

Pero no sólo de mal balompié vive el hombre. Como los protestantes no tienen fiestas patronales, tienen que inventárselas. Y una de ellas recoge la necesidad atávica de celebrar la cosecha(lo que nosotros hacemos en la Castanyada y en muchas fiestas mayores) y la convierte en una fiesta comercial propiedad de una marca registrada: El Día-J, o día en el que se lanza al mercado la cerveza de navidad (una receta algo más amarga) de la cervecera Tuborg. A pesar de la vaga resonancia a la segunda guerra mundial, es una simple excusa (o incentivo) para empinar el codo. La cerveza de navidad viene en un envase personalizado que ríete tú de las botellas de aluminio diseñadas por Custo para Damm.

Como se puede ver, el azul es el color corporativo de este producto, y la propia empresa proporciona a los bares muchachas sexis vestidas de Mama Noël que lucen muslo e identidad de marca.

Al margen de cosas étnicas (mis compañeros de trabajo daneses se descojonan cuando catalogo de étnicas cosas como el Día J o el pan de centeno, pero el problema lo tienen ellos al tenerse como cultura de referencia, animalicos), y aunque he tenido mis mases y mis menos con la administración (ya haré un monográfico cuando estén todos mis papeles resueltos porque estoy que trino), he de confesar que aquí se vive bien. Para muestra, una parada de autobús.

Hoy parecía una tregua de buen tiempo en lo que se nos va a venir encima, así que he pasado el día fuera de casa paseando. He salido a Ørstedsparken a dar una vuelta y a sacar fotografías que han sido tomadas cientos de veces antes.

Pero a fin de cuentas, era la primera vez que yo las tomaba.


¡Y qué narices! Bien bonito que es el parque.


No es muy grande, y después de recorrerlo en sentido horario y después antihorario, me he sentado en un bar a tomar un café y terminarme el libro que andaba leyendo. Me traje de casa un recopilatorio de cuentos de Borges, para darle una segunda oportunidad a este señor que tanto tendría que gustarme pero que no me acaba de emocionar.

Con Borges me pasa como con la langosta, no puedo negarle una calidad intrínseca, pero eso no quiere decir que me apetezca. Las temáticas (bibliotecas infinitas, judaísmo, la inexistencia del tiempo) no pueden no gustarme, y la redacción es impecable, pero me deja insatisfecho. Despues he ido a la gliptoteca a oir un concierto gratuito y he dejado de pensar un buen rato. Mirad, mirad que niña más mona.


Lo siguiente que me toca leer no es ni Woolf ni Mann ni Pla ni ninguna otra cosa listada en un cánon ("Hay que leer a los rusos! Los rusos!", diría Alberto). El mismo Borges dice que "a la realidad le gustan las simetrías y los leves anocronismos", y por eso mismo mis lecturas van a variar sustancialmente en los próximos días porque mañana empiezo clases de danés de nuevo (ocho horas por semana, ahí es nada) y volveré a ponerme a leer tebeos.

En Alemania lo hice, y aprendí mucho vocabulario sobre ciencias ocultas y ufología porque me leí unos cuantos comics de Expediente X. Tengo el diccionario de bolsillo, amenazante y muy a menudo insuficiente, apostado junto a la almohada.