sábado, 28 de mayo de 2011

- No he traido vino porque Ulrike está embarazada y tú sólo bebes cerveza. Hay postre?
- Galletas sólo. Y algo de chocolate.
- Pues déjame las llaves que ahora voy a por postre antes de que cierren el súper.

Ir a un supermercado que no conoces es siempre un lío, aunque estés familiarizado con la cadena. Y más si vas a por postre, o al menos en mi caso, porque los dulces me dan pereza. Te paseas por la sección de bollería hasta que finalmente comprendes la gran verdad: la pastelería en los súpers es cutre, lo suyo es llevar helado y no un plum cake.

Encuentras, no sin cierta dificultad, la sección de congelados. Rebuscas entre diferentes frutas del bosque y cajas de plástico dorado que contienen demasiados sabores a la vez. A la derecha de todo de la nevera vertical de los helados, distingues unas cajas negras. Parpadeas, se te escapa una risilla y te llevas una.




Ayer descubrí que existe una marca de helado que se llama Valhalla. Cada uno de los sabores está dedicado a un dios nórdico. Sólo tenían vainilla, que está dedicada a Freja, y fresa, que está dedicada a Balder. Será Odín el chocolate? Seguro que Thor sabe a rayos.

lunes, 16 de mayo de 2011

confusión en el Báltico

Los países bálticos son, a pesar de los clichés que puedan tenerse, lugares seguros y pacíficos, donde la gente es amable y se come mucho y bien. Hablan poco inglés, pero uno no se siente como si estuviera en la Guerra Fría. Estos países, no obstante, esconden un peligro importante para sus visitantes; el de no saber exactamente a cuál de los tres se dirige uno y si ha comprado los billetes de avión para el sitio que toca.

Uno llega a Letonia y no deja de preguntarse si no tendría que estar en Lituania o en Estonia. Atiende a la conferencia, presenta su trabajo y se interesa por el del resto—parece que el tema de la conferencia casa aceptablemente con la línea de investigación que le ocupa—estrecha un par de manos, hace la maleta de nuevo y se embarca de vuelta a casa, albergando todavía la duda de si ha ido al sitio que es, si no está quedando mal en otra conferencia más al norte o más al oeste donde su artículo sí venía más a cuento.

Incluso los propios ciudadanos bálticos sufren esta confusión. En la Universidad de Riga se curan en salud usando las banderas de los tres países bálticos en la decoración, por si acaso; no fuera a ser que en realidad son lituanos y tuvieran que ponerse a reimprimir mapas, reemplazar símbolos, aprender otro himno, fingir otro acento y tomar como propios nuevos mitos de grandeza nacional.


Riga, o al menos el centro de Riga, es un sitio precioso. La Unesco, que sabe mucho de esto, les ha declarado Patrimonio de la Humanidad todo el tinglado.

No obstante, no tiene el lujo-terror soviético de angulos rectos, columnas y cemento que uno se espera. Riga perteneció a la Liga Hanseática, al Imperio Sueco y al Sacro Imperio Romano, y aunque finalmente fue tomada por el ejército rojo, no padeció desperfectos graves durante la IIGM. La cantidad de art nouveau hace que todo resulte familiarmente europeo, de hecho durante la época soviética rodaban en Riga las escenas de las películas que pasaban al otro lado del Telón. Lo más exótico era que hacían el café de la conferencia en samovar.

Anders bromeaba sobre la posibilidad de alternar ciencia con lecturas de posos de café. Estuvo de peor humor al irnos a comer. Sin tener que mirar el fondo de la taza, me imaginaba que él tendría problemas para comer vegetarianamente.

Los vegetarianos lo pasan mal fuera de tres o cuatro países. En realidad los vegetarianos lo pasan mal porque es el rollo que se traen, es su gracia. Anders se pilló un puteo importante cuando sacó una rodaja de costilla de cerdo del bol de estofado de col que había pedido tratando de entenderse con una camarera que no hablaba mucho inglés y decía que sí a todo, a la china.

El primer día comimos en un sitio de Hare Krishnas, unas espinacas y sémola con salsa de tomate. A eso le siguió, durante los cuatro días de estancia una buena cantidad de comida más bien contundente: sopa de verdura, pescado blanco servido sobre trigo hervido (en la cena de la conferencia en un restaurante medieval tela de kitsch), hueva de trucha en pan negro, crêpes con salmón, sushi cutre para llevar, estofado de cordero con arroz, pato con hinojo y calabacín, arenques, ensalada de patata y un merengue un poco raro. Luego me sorprende que me esté poniendo fanegas.

Me quedé colgado en durante la última noche de mi estancia porque mis compañeros volaban por la tarde, y yo por la mañana del día siguiente. Por suerte me di cuenta de que los Swans, a quienes no había podido ir a ver en Copenhague, tocaban en Riga precisamente esa noche. Les fui a ver por mi cuenta (aunque terminé coincidiendo con un sintactista sueco con los zapatos calados por culpa de la lluvia). El concierto fue en el palacio de cultura de la compañía eléctrica, un edificio con voluntad neoclásica construido en la época soviética.


A la vuelta, llovía también en Copenhague. Puse una lavadora y me fui a ver Eurovisión a una fiesta de unos compañeros de clase de danés. Había hasta un cura francés que atendía una parroquia francófona. Me dijo, de hecho, que hay misas católicas en castellano a dos pasos de casa, y que el cura es catalán. Tendría que haberlo sabido antes y haber llevado a mis abuelos.


No me importaría buscar un pretexto para volver a Riga. Tendría que haberme llevado una rosa de arenques como la de arriba.

jueves, 5 de mayo de 2011

Pascua murciana

comedia en tres actos y siete cuadros


Sospecho que ya ha dejado de ser noticiable, pero he tenido a los Alonso visitando esta Semana Santa. A los seis, los perros se han quedado en tierra. Como el piso estaba vacío porque mis compañeros estaban de vacaciones, se han quedado en casa conmigo, de manera que he podido disfrutar de la auténtica experiencia familiar.

Digo "auténtica experiencia familiar" como si fuera algo sacado de un folleto turístico, y es que la falta de costumbre otorga a estas circunstancias una irrealidad turística, una aceptación absoluta de todo aquello que parece definir a la familia de uno. Cuando te ves tan poco a menudo, no tienes derecho a cabrearte con éste o aquél por hacer o decir esto o aquello. Hacerlo sería como pedirle a los masai que no saltaran, a las mujeres jirafa que no llevaran aros al cuello.

Con esta aceptación mutua, se abre la veda de lo que supone la auténtica experiencia familiar: poder soltarse el pelo y ser tan difícil de carácter como se desee.


Y es que, una reunión familiar de este estilo nos ofrece un espacio común no para ser uno mismo, sino, mucho mejor, para sacar a la luz lo peor de uno. Vamos, como todos experimentamos en Navidad durante el encierro, pero con mejor tiempo. Mientras en España no podían sacar a los Cristos porque llovía, en Dinamarca la gente pillaba el primer sol del año y se le quemaba la nariz, incluso la primera marca de camiseta de tirantes.

Como hizo tan bueno, pudimos ir a parques y bosques, y pasear por calles y avenidas y estirar el cuello en algún museo. Y mirar iglesias desde fuera sin atrevernos a entrar:

- Nene, y esta iglesia es católica?
- No, yaya, es protestante.
- Y ésta es católica?
- No, protestante.
- Y ésta?
- Hacen la misa en sueco, pero también es protestante.
- Y ésta de aquí?
- Anglicana

Hicimos todo esto como se hace en familia. Es decir, a voces. Mientras un sector se cagaba en el fútbol, el otro trataba de ver el partido por internet. Mientras unos se deshacían en ditirambos por Zapatero, unos exponían (vehementemente) sus reservas para con el PSOE. Y, como una familia, nos hicimos una foto con el automático de la cámara.


Ha sido muy bonito.