lunes, 27 de agosto de 2012

un árbol

Los árboles son cosas muy importantes. Nos han dado techo, papel, casitas de pájaro, el cuerpo de los lápices y los cubiertos desechables más gratos de usar.



Todos tenemos árboles en la cabeza. A cualquier diagrama con palitos que se bifurcan acabamos llamándolo árbol. No es en vano que Saussure utilizara precisamente un árbol para hablar sobre la arbitrariedad de los signos.



Y la inversa, también hay símbolos que hacen pensar en árboles. Esta especie de señal de navegación parece un árbol de LEGO, de los que tienen la copa redonda


En la zona boscosa de la reserva ornitológica hay árboles más de verdad. Algunos están derechos y otros están caídos.


Y además de en la cabeza, yo ahora tengo mi propio árbol en el despacho. Según el paquete, es mágico, y me lo creo. El paquete viene con dos piezas de papel que encajan entre sí, y no son mucho más altas que un fresón.


En el paquete viene un sobrecito de sales que hay que disolver en agua.


Sigrid (autora parcial del regalo del árbol mágico) me estuvo ayudando a remover.



Y Anders, también responsable de habérmelo comprado, acabo de removerlas. Resulta que me lo compraron en una tienda de ciencia creacionista en Edimburgo, donde hay tesis doctorales sobre por qué hay dinosaurios si el mundo tiene 60,000 años de antigüedad.

Luego hay que dejar el arbolito de papel en un recipiente, reposando en el agua con las sales disueltas.



Aquí estamos, concentradísimos, conteniendo la respiración.


Por capilaridad, que es un tipo de magia, las sales empiezan a subir y a cristalizar en las puntas del arbolito de papel.


En un par de horas tiene este aspecto.

Y tachán!

Dice el prospecto que este árbol crece hasta a oscuras. Ya se ve que es mágico.

sábado, 25 de agosto de 2012

El efecto ketchup

Existe una expresión en danés y en sueco para cuando no pasa nada durante un tiempo, y luego todo pasa de golpe: el efecto ketchup, como cuando uno apreta la botella sin que salga nada, para después acabar anegando el plato.

Hace dos años y unos cuantos días que me vine a vivir a Copenhague. Quisiera estar teniendo tiempo para medrar en un poco de trascendentalidad percibida como iría tocando. Pero tampoco ha habido tantos puntos de no derivabilidad como para poder uno ponerse trascendental.

De todos modos, el otro día me encontré  a Frenazø por la calle, cerca de casa. Seguía teniendo el cubreasientos de plástico color naranja con nosequé escrito en holandés que me dio Magdalena, y el cable roto del cambio de marchas enrollado alrededor del manillar. La rueda de atrás estaba trabada, pero pude llevarlo a peso hasta casa.  Fue una pequeña alegría.

Justamente cuando yo celebraba mi segundo aniversario en Copenhague, celebraba Bruni sus veinticortos, así que vino con Jordi ( mi estimado Jordijevi, al que algunos conoceréis) a pasar unos días por aquí, comiendo pan negro y gastando suelas. Aquí los vemos saliendo del tren de la bruja en el parque de atracciones. Acabaron eslomaos.




Y precisamente el día de su cumpleaños, descubrimos una fiesta en el centro, cerca de una de las tres (tres!) sedes de la Cienciología, que otra religión secularizada celebraba sus cincuenta años.

 
Feliz tupperware a todos. Y por favor, seguid pronunciándolo "tuperbare".