miércoles, 15 de mayo de 2013

Noruega y IV : Bergen

Ha sido muy agradable estar disfrutando de la familiaridad de Carla, con quien a lo tonto ya he viajado bastante, y de poner conocer un poco mejor a Cristina, a quien en realidad conocía poco más allá de nuestro trato como compañeros de clase (y de algo de intercambio epistolar), y de poder conocer a José en absoluto, de quien sólo tenía referencias.



Pero después de estos días en Gjøvik en tan buena compañía (y sorprendido de lo bien que estuvimos, teniendo en cuenta lo difícil que puede ser viajar con amigos) tocaba encaminarme al norte y reunirme de nuevo con Carla en Bergen.


El viaje en tren de Oslo a Bergen está considerado como algo de interés turístico, porque se ve que después de ocho horas de paisaje acaba uno henchido de orgullo nacional. El tren pasa por pueblos como Gol.

Y va subiendo y subiendo hasta llegar a sitios como Geilo y Myrdal, que estaban completamente sepultados por la nieve a mediados de abril.


Con la nieve resplandeciendo fuera, la sección infantil del tren también era algo kubrickiana.


Después de ocho horas de viaje, llegaba a Bergen. Al volver al nivel del mar cesó la nieve y sólo hacía un tiempo regulero. 

En un paseo estuve delante de una mercería donde vendían muchos arreos para bordar. Esta cosa en el escaparate me hizo acordarme de la Eulogia de Damien Hirst que vimos en Oslo.


Tenía que entretenerme mientras Carla trabajaba.  Paseando, llegué a Håkonshallen, que había sido el palacio real noruego cuando la capital estaba en Bergen, allá por el s. XIII.




Y pasé por Bryggen, la vista más conocida de Bergen, el antiguo embarcadero de los mercaderes hanseáticos.


Para ser justos tengo que decir que Bergen sí me parece más bonita que Oslo.



Los noruegos sacan orgullo nacional del paisaje. Pero no sólo del paisaje. También tienen un recordatorio de la llegada de los vikingos al Nuevo Mundo. Las otras tres caras del cubo tienen otras escenas épicas de la memoria noruega que no supe interpretar.





El salmón es muy bueno, y estuvimos cocinando mucho. Algo fuera también comí. 
Raspeballer, por ejemplo. Vienen a ser algo parecido a los Knödel pero servidas con mantequilla derretida con bacon frito dentro, de lo más salubre, y algo de cordero salado y luego cocido. Me las comí tan a gusto pero después la digestión fue de órdago. En los súpers también las venden precocinadas con este aspecto tan tentador.


El día que había mercado de productos artesanos tuvo que caer una hamburguesa de ciervo. La mostaza normal y corriente de los fast foods en noruega está riquísima, por cierto.



Muchas imágenes corporativas nórdicas parecen heredadas de la RDA, no sólo el aspecto de los polideportivos cavernícolas. Mi refresco favorito danés parece producido en Rostock en los 70 y estas latas de fuagrás son pura ostalgie.


Estuvo haciendo unos días mierdosos toda la semana menos, afortunadamente, el sábado. Carla me llevó a Fløyen, una de las montañas que rodean Bergen, a la que se puede subir en teleférico. Ésta es la vista del vecindario de Carla desde Fløyen.


Y ésto es algo del bosque sobre Fløyen.


Aquí, un troll de espaldas.





A la vuelta, tuvimos un descanso en un café cuqui de esos a los que van las chicas de dos en dos a hacer punto o los deberes de francés.





Y rematamos la tarde paseando por Nordnes, el cabo que se ve desde lo alto de Fløyen.


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Alguien había pintado caritas en esta señal de tráfico, pero nos pusimos algo tristes al ver que la que estaba cayendo y con peor cara parecía la península ibérica.





El domingo era mi último día en Bergen, y la ciudad se despedía dándome aquello de lo que más presume: un tiempo de mierda. Pero nuestro plan era ir de museos así que, ajustándonos la capucha del chubasquero, estuvimos en los museos de Bergen, que tienen entrada integrada como si de un autobús se tratara.


En Dinamarca el Romanticismo pegó muy fuerte, y muchas veces, henchidos de orgullo nacional, sobredimensionaban los paisajes para que los cuadros inspiraran la reverencia que las modestas islas calcáreas danesas no conseguían transmitir.



En Noruega no les hacía falta recurir a este tipo de trucos, pero sí que necesitaban autojustificarse continuamente. La última separación de Noruega de otro país fue en 1905, de Suecia. Esta constante necesidad de querer saberse algo motivó cuadros como El fuerte de Vardøhus, de Peder Balke, que me parece cojonudo.


Otro tema usual en la pintura nórdica es la pérdida y la ausencia. Este cuadro se llamaba algo así como Mala Noticia. En la pinacoteca de Copenhague hay muchos cuadros que representan temas como familias de pescadores mirando con ansia hacia el mar a la espera de que vuelvan sus padres, hijos y esposos, o funerales de niños, o dos campesinos desenterrando el cadáver de una niña asesinada, o incluso las habitaciones vacías de Hammershøj.


Terminamos la visita en la sección moderna donde tienen las exposiciones personanentes. Había un piano roto,


 flores boca abajo,


y una instalación muy bonita de Takashi Murakami, a la que uno podía acercase regular.




Para despedirnos, en un rinconcito por encima de la sala para niños había este armadillo hecho con un cinturón. En noruego (y en danés y en alemán y me figuro que en holandés) el armadillo se llama algo que significa animal+cinturón.


Y con la sonrisa tonta a causa del armadillo todavía en los labios, Carla me acompañó al autobús del aeropuerto.

Addendum: Me quedé sin ir al Museo de la Lepra, no porque no quisiera o porque la pirómana que había estado pegándole fuego a los edificios históricos de Bergen hubiera tenido mucho éxito, sino porque todavía no hacían horarios de verano.

jueves, 9 de mayo de 2013

Noruega III: Gjøvik y Lillehammer

Cristina vive en Gjøvik. Gjøvik es muy pequeño pero tiene un lago que es la hostia de grande.




A mediados de abril, el lago seguía helado en su superficie. Como en Gjøvik hay poco que ver, fuimos a pasar un día a la cercana población de Lillehammer. Tienen un museo al aire libre que es como un museo de expolio, pero hecho en casa, porque han recogido un montón de edificaciones históricas y recreado las poblaciones del s. XIX o XVIII.



Sí, dieciocho.

En serio.


A pesar de los avisos. Carla y Cristina estuvieron jugando encima de un pequeño estanque helado.


Todo a causa de la valentía de Cristina, segura tanto de la firmeza del hielo como de la ligereza de su persona.





No todos los edificios son tan tardíos. Esta iglesia de madera típicamente noruega es del s. XII. 









Esta iglesia de un pueblo de pescadores, tan embreada, me impresionó bastante.



Pero el museo tiene cosas más nuevas. Tenían una estación de tren antigua con un tren de correos de principios de siglo. Hasta hace bien poco la mayor parte del transporte postal noruego era ferroviario, así que tenían estos trenes con un buzón incorporado para que uno pudiera echarles cartas dentro.


Al día siguiente estuvimos viendo unas instalaciones deportivas en Gjøvik, excavadas en la montaña. Dentro había un campo de fútbol sala y una pared para practicar escalada. Parecía un búnker para atletas de la RDA.


En la superficie, seguía habiendo hielo por todos lados.





Y un castillo hinchable en forma de dragón bastante espectacular.


Carla se volvió a Bergen al día siguiente y yo me quedé otro día antes de pillar el tren para reunirme con ella. Pero el día que me quedé fue un lunes, así que acompañé a Cristina al trabajo.

Es una escuela técnica, y tenían una impresora antigua.



Y cortinas rúnicas.


Y un puente muy rotundo.


En Gjøvik también hay muy bonitos juguetes a contraluz.