lunes, 27 de octubre de 2014

Un fin de semana (de puente) en Polonia

Si uno vive en cualquier sitio en Europa donde haya cuartos, se harta de conocer polacos. Si en España se dice que hay una diáspora, lo de Polonia es el Éxodo mismo.



Eso quiere decir que tengo algunas buenas amistades polacas residentes en Dinamarca. Hace un año, mi amigo Tymon volvió a Varsovia a casarse (que luego le saliera el tiro por la culata es harina de otro costal), y ya iba tocando ir a visitarle.

Nada más aterrizar, ya se veía que el polaco es una cosa misteriosa.


Fuimos a pasar dos días a Cracovia, pasando por centro dedicado a un dramaturgo suyo que se llama Tadeusz Kantor. Había escenografía de cosas suyas.




En Cracovia hay arañas como nécoras de gordas, tan lustrosas que da hasta pena que no se coman. Éstas se habían instalado bajo las luces de colores de un puente, y al hacerse de noche, se hinchaban de moscas.


Y seguro que también se divertían pegando sustos a las parejitas que iban, cursis, a poner un candado en el lado del puente.


Esto es un antiguo hotel de la época soviética que ahora se utiliza para hacer eventos y cosas así.



Pero la gente va a Cracovia a ver el patrimonio de menos para acá. Hay alguna iglesia espectacular.





Y una universidad bastante antigua.


También hay un misterioso globo turístico que hace las veces de mirador.

Y que cobra más sentido de noche, con una Virgen que parece que autorice a otros objetos a ascender.



Aunque bueno, eso de viajar a ir a ver gente es un pretexto, porque a Polonia fui a comer. Ahí se come mucho de cuchara.


Arriba, una crema de calabaza. Abajo, un żurek, que es una sopa que se prepara con una base de harina de centeno fermentada, algo así como un caldo de masa madre.


Aparte del pato, aquí se ven unos knedler de ciruela y unos pierogi.



Los zapiekanki parecen ser un entrehoras común. Vienen a ser panini ... a los que se les pone ketchup y mayonesa por encima. Yo negocié la violación del mío poniéndole mostaza nada más.


Varsovia tiene, efectivamente, un encanto distinto al de Cracovia. Es más, hay quien diría que no tiene encanto.




Pero sería una injusticia.




Y así, a lo tonto, ya es irremediablemente otoño.