domingo, 30 de noviembre de 2025

saleros, pomos de puerta

 




En mayo vinieron mi madre y mi tía vinieron a Londres. Fuimos a Kew Gardens, que es el jardín botánico grande de por aquí.



Por fortuna nadie iba en tacones.


Había una instalación de unas pantallas con un árbol. Tampoco hace falta irse por Baudrillard para decir que tiene telita que los visitantes repararan más en el árbol de la pantalla, pero aquí me hallo yo, poniendo en la pantalla la foto de la pantalla del árbol.

En mi barrio (y en buena parte de Londres) uno se encuentra zorros con facilidad en las horas crepusculares. Los zorros en Londres son como los mapaches de las urbes norteamericanas; más bonitos pero acaso algo menos carismáticos.


Con la cantidad de basura comestible, tampoco es sorprendente. 


Hablando de simulacro, fui a ver London Road, que es un musical que describe la vida de un barrio de las afueras, en Ipswich, durante y después de que se atrapara a un asesino en serie que mató a cinco mujeres. La obra sigue la vida de los vecinos, más que de las víctimas o del asesino. 

La obra es un musical textual, donde todas las canciones y citas están sacadas directamente de entrevistas a los vecinos, de la prensa, de actas de juicios o de reuniones vecinales.

Más que describir cómo el vecindario navega el miedo al saber que hay un asesino en el barrio, la obra describe como el miedo y la distancia hacia las víctimas terminan por vertebrar una organización vecinal que no existía.

Al ser una obra documental, la intención del autor se percibe en qué decide mostrar u omitir, pero la forma en la que los vecinos expresan miedo (las víctimas son mujeres del barrio), alivio (las víctimas solamente son prostitutas), distancia moral (las víctimas son putas a fin de cuentas) consigue provocar una incomodidad helada en la audiencia.

Incluso los propios vecinos admiten que sin haberse dado los asesinatos, no se habría creado una comunidad de vecinos que se organizaba para hacer fiestas y reuniones públicas, primero como lavado de cara, y después como genuinas expresiones de concordia. Aquí precisamente es la representación de la que realidad, con la distancia analítica que otorga haber convertido las citas en canciones, lo que resulta inquietante.

Parece que también hicieron una peli.




En el Tate Modern tenían una exposición de Leigh Bowery


Pero al lado, y sin saber muy bien a qué iba, había otra exposición flipante de un señor coreano que se llama Do Ho Suh. Había una sala donde había recreado, con precisión y rigor de tarado, todos los pomos de puerta, enchufes, interruptores y apliques de las casas en las que había vivido. Entre otros temas, el artista se ha dedicado a tratar la tensión entre itinerancia y pertenencia. He tenido esta exposición muy presente a medida que me daba cuenta de que ya había adquirido la memoria muscular para navegar mi domicilio actual a oscuras; dos peldaños, tres peldaños, a ese interruptor llego con la mano izquierda según la escalera hace rellano.





En algún momento tuve que ir a Estados Unidos por trabajo, para alguna cosa que era urgente y de vital importancia en julio y antes de agosto ya se había vuelto irrelevante. Pero como con los vuelos largos en curro nos deja ir en primera, me llevé este juego de salero y pimentero que te ponían en lugar de darte sobrecitos. 

Siguiendo con la temática del simulacro, son de plástico metalizado pero dan el pego; hasta que notas lo poco que pesan. Una lástima.



Más allá del antíclimax profesional y los saleros, lo que más recuerdo de ese viaje es acabar yendo a un minigolf 




Una cosa que me quedaba por hacer era ir al Shakespeare's globe, que es una reconstrucción del teatro en para el que Shakespeare había escrito. Fui a ver Las Alegres Comadres de Windsor, que para ser una comedia es bastante aburridilla. Nada que reprocharle a la producción, pero el texto da para lo que da. 





Una escultura a escala 1:1 de un perrazo en el Victoria&Albert.


Hice una visita breve a Cardiff, porque no había estado nunca. Y como suele pasar cuando uno viaja a lugares de clima infernal, a mí me hizo sol todo el fin de semanahasta el momento exacto de coger el tren de vuelta

En un Museo de Cosas tenían nautilos, y unos infográficos en galés sobre la creación del sistema solar.


En Cardiff también está el Muro Animal que rodea el castillo, una fantasía del XIX pero con ojos de vidrio  reparados más recientemente. 


Una iglesia con una ventana con el contorno de una baldosa barcelonesa.


Vista desde el amarradero.


Un conecta-4 enorme tirado por el suelo.


Ya en Londres, en mi barrio aparecían otras cosas tiradas por el suelo. Unos vecinos se mudaban y dejaban objetos de decoración en su lado de la acera, por si alguien los quería.


Siguiendo con los acontecimientos del último par de años (o de los últimos 75, según se mire), alguien había vandalizado una sandía.


También fui al concierto de Sleep, de Max Richter. Un concierto de ocho horas y media cuya entrada incluía una cama.





Tuve a los Lara-Adell en casa una semana. Fuimos al HMS Belfast (vamos, Barco-de-Su-Majestad Belfast), que es un barco-museo que data de los principios de la GMII y ahora está amarrado en el Támesis .





Luego estuve en una boda en Dublín. Por lo civil, pero en Irlanda, así que había una arpista en el edificio histórico del ayuntamiento. 


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También pude ir a algunos museos en Dublín. En el Chester Beatty, hay una gran cantidad de obras escritas desde China a Oriente Próximo.



Y en los museos nacionales están los famosos cuerpos humanos de la Edad de Hierro preservados en turberas, como el Hombre de Croghan. A diferencia de otras cosas mencionadas aquí, esto es tan verdad que da vértigo.


En esas mismas turberas también se han encontrado bloques de mantequilla, que tal vez se guardaban allí como técnica de conservación.


Hice una visita otoñal a Barcelona.








lunes, 19 de mayo de 2025

Verde que te quiero azul

 

Parece que hoy en día, en la sociedad tecnificada, internacionalizada y pantonizada en la que vivimos, la noción de color se ha diversificado hasta volverse  catalogada, cartografiada, universal. Pero siguen habiendo diferencias sociocognitivas en materia de reconocimiento de divisiones entre colores en función del vocabulario básico de cada idioma.

Cuando uno es catalán-catalán, al color naranja no lo llama color naranja, lo llama color calabaza. Hay muchos colores que reciben su nombre de un referente físico. 

Por un lado tenemos nombres de colores autónomos: palabras como rojo, o negro, que ya eran nombres de colores en latín, o palabras como blanco y azul que significaban algo relacionado con algún fenómeno visible en germánico o árabe (o más lejos) pero que a fin de cuentas tienen el nombre de un color como acepción principal.

Luego están el naranja, el rosa, el burdeos, el violeta, y el turquesa—términos que se han establecido con un sentido secundario como nombre de color lo suficientemente frecuente como para que uno no tenga que decir "color de".  Compárese

  1. "Tengo un lápiz turquesa"
  2. "Tengo un lápiz teja"
  3. "Tengo un lápiz oliva"
El segundo ejemplo resulta más natural si uno dice "color teja", y el tercero pide que concretemos aún más  y digamos "verde oliva".

Todo esto tiene que ver con que hay diferentes grados de convencionalización sobre qué es un nombre de color autónomo ("rojo") y qué requiere especificarse ("teja"). En general, los colores de uso común pertenecerán a la primera categoría, aún cuando sean obviamente sentidos secundarios de otro término (naranja, celeste).

Esos grados de convencionalización son específicos en cada lengua, y cada lengua tiene su repertorio de términos de color básicos. Antes de que se convencionalizara el nombre del color naranja, en muchos idiomas se le llamaba algo parecido a amarillo anaranjado. 

Otras diferencias, acaso más obvias, son las de gusto o moda en cada cultura. Pero si un color específico es muy frecuente, puede acabar convirtiéndose en una color básico.

El turquesa es el mejor ejemplo para mi generación. El diseño gráfico y la carta de colores de los chándales a principios de los noventa tiraba mucho de turquesa. Combinaba de perlas con el morado, el gris, el negro y resultaba dinámico y futurista. 

En mi cole hubo, durante un par de cursos, un juego de patio que consistía en que un niño gritaba el nombre de un color, y los demás tenían que ir corriendo hasta tocar un objeto del color en cuestión. Tocabas algo rojo, pues rojo. No lo conseguías y te pillaban, pues mal. Tras pocas iteraciones nos dimos cuenta de que el turquesa, tan común en nuestros chándales, gomas del pelo y portalápices, no podía ser clasificado como verde ni como azul. Decidimos por consenso que el turquesa era un color básico y nos podíamos referir a él con una sola palabra. 

Pero ese acuerdo no tuvo el arraigo que nos habría gustado, y el turquesa no es un color básico en el castellano contemporáneo; aunque un primo suyo me da esperanzas en el Reino Unido. Se trata un color de mal traducir, que en inglés es teal y en castellano podría ser verde pato o azul pato (los franceses tampoco se posicionan), pero que parece que se propone llamarlo azul verde a secas, o cerceta.


Teal: The tiny ducks that can't walk straight, but can corkscrew through  the air at 50mph | Country Life


Teal es el nombre inglés de la cerceta común (Anas crecca), y el color hace en principio honor al plumaje alrededor de los ojos de la cabeza del macho. Visto así resulta bastante verde, pero que se usa como verde-azul por defecto en inglés,  a expensas del color turquesa que tiene un uso más restringido para los colores claros del mismo tono.


Se tiene muy estudiada la diferencia o no entre verde y azul en diferentes idiomas. Pero lo importante en este caso es la frecuencia de uso y lo reificado de su nombre. En una página de pinturas, aparece el teal como opción junto a otros colores básicos.



Y lo mismo vemos en un catálogo de tapicería de una empresa de sillas de oficina.


Y si nos alejamos de la pantalla y nos paseamos por el exterior inglés, el verde azul está en todos sitios. Hay varias empresas grandes que usan un tono de verde azul como color corporativo. 








Y también es un color corriente para comercios más pequeños.







Y también se encuentra con facilidad en paredes y fachadas.











Casi cualquier objeto, desde una toalla estampada con cerebros a la verja que encierra un pan trenzado, puede ser de este color intermedio con ínfulas de color básico.


















Le he dado vueltas y creo que es un fenómeno británico, tal vez respaldado por la existencia de un término tan consolidado para designar este color. Las teorías que dicen que el lenguaje afecta la percepción del mundo siempre me dan algo de reparo, pero hay una variante blanda que dice que, a fin de cuentas, si tienes un concepto formalizado, te es más fácil evocarlo. Si los catalanes tienen seny,  los andaluces tienen su duende y los franceses su flâner para pasear de esa manera, ¿por qué no han de tener los ingleses azul verde?