lunes, 19 de mayo de 2025

Verde que te quiero azul

 

Parece que hoy en día, en la sociedad tecnificada, internacionalizada y pantonizada en la que vivimos, la noción de color se ha diversificado hasta volverse  catalogada, cartografiada, universal. Pero siguen habiendo diferencias sociocognitivas en materia de reconocimiento de divisiones entre colores en función del vocabulario básico de cada idioma.

Cuando uno es catalán-catalán, al color naranja no lo llama color naranja, lo llama color calabaza. Hay muchos colores que reciben su nombre de un referente físico. 

Por un lado tenemos nombres de colores autónomos: palabras como rojo, o negro, que ya eran nombres de colores en latín, o palabras como blanco y azul que significaban algo relacionado con algún fenómeno visible en germánico o árabe (o más lejos) pero que a fin de cuentas tienen el nombre de un color como acepción principal.

Luego están el naranja, el rosa, el burdeos, el violeta, y el turquesa—términos que se han establecido con un sentido secundario como nombre de color lo suficientemente frecuente como para que uno no tenga que decir "color de".  Compárese

  1. "Tengo un lápiz turquesa"
  2. "Tengo un lápiz teja"
  3. "Tengo un lápiz oliva"
El segundo ejemplo resulta más natural si uno dice "color teja", y el tercero pide que concretemos aún más  y digamos "verde oliva".

Todo esto tiene que ver con que hay diferentes grados de convencionalización sobre qué es un nombre de color autónomo ("rojo") y qué requiere especificarse ("teja"). En general, los colores de uso común pertenecerán a la primera categoría, aún cuando sean obviamente sentidos secundarios de otro término (naranja, celeste).

Esos grados de convencionalización son específicos en cada lengua, y cada lengua tiene su repertorio de términos de color básicos. Antes de que se convencionalizara el nombre del color naranja, en muchos idiomas se le llamaba algo parecido a amarillo anaranjado. 

Otras diferencias, acaso más obvias, son las de gusto o moda en cada cultura. Pero si un color específico es muy frecuente, puede acabar convirtiéndose en una color básico.

El turquesa es el mejor ejemplo para mi generación. El diseño gráfico y la carta de colores de los chándales a principios de los noventa tiraba mucho de turquesa. Combinaba de perlas con el morado, el gris, el negro y resultaba dinámico y futurista. 

En mi cole hubo, durante un par de cursos, un juego de patio que consistía en que un niño gritaba el nombre de un color, y los demás tenían que ir corriendo hasta tocar un objeto del color en cuestión. Tocabas algo rojo, pues rojo. No lo conseguías y te pillaban, pues mal. Tras pocas iteraciones nos dimos cuenta de que el turquesa, tan común en nuestros chándales, gomas del pelo y portalápices, no podía ser clasificado como verde ni como azul. Decidimos por consenso que el turquesa era un color básico y nos podíamos referir a él con una sola palabra. 

Pero ese acuerdo no tuvo el arraigo que nos habría gustado, y el turquesa no es un color básico en el castellano contemporáneo; aunque un primo suyo me da esperanzas en el Reino Unido. Se trata un color de mal traducir, que en inglés es teal y en castellano podría ser verde pato o azul pato (los franceses tampoco se posicionan), pero que parece que se propone llamarlo azul verde a secas, o cerceta.


Teal: The tiny ducks that can't walk straight, but can corkscrew through  the air at 50mph | Country Life


Teal es el nombre inglés de la cerceta común (Anas crecca), y el color hace en principio honor al plumaje alrededor de los ojos de la cabeza del macho. Visto así resulta bastante verde, pero que se usa como verde-azul por defecto en inglés,  a expensas del color turquesa que tiene un uso más restringido para los colores claros del mismo tono.


Se tiene muy estudiada la diferencia o no entre verde y azul en diferentes idiomas. Pero lo importante en este caso es la frecuencia de uso y lo reificado de su nombre. En una página de pinturas, aparece el teal como opción junto a otros colores básicos.



Y lo mismo vemos en un catálogo de tapicería de una empresa de sillas de oficina.


Y si nos alejamos de la pantalla y nos paseamos por el exterior inglés, el verde azul está en todos sitios. Hay varias empresas grandes que usan un tono de verde azul como color corporativo. 








Y también es un color corriente para comercios más pequeños.







Y también se encuentra con facilidad en paredes y fachadas.











Casi cualquier objeto, desde una toalla estampada con cerebros a la verja que encierra un pan trenzado, puede ser de este color intermedio con ínfulas de color básico.


















Le he dado vueltas y creo que es un fenómeno británico, tal vez respaldado por la existencia de un término tan consolidado para designar este color. Las teorías que dicen que el lenguaje afecta la percepción del mundo siempre me dan algo de reparo, pero hay una variante blanda que dice que, a fin de cuentas, si tienes un concepto formalizado, te es más fácil evocarlo. Si los catalanes tienen seny,  los andaluces tienen su duende y los franceses su flâner para pasear de esa manera, ¿por qué no han de tener los ingleses azul verde?









martes, 22 de abril de 2025

Usted está aquí

 

Un cartel luminoso con forma de aguja de mapa en un techo en Zúrich. Las otras dos veces que he ido a Suiza, fue a por bodas. Pero este viaje consistía en reuniones de trabajo. Aún habiendo estado antes, ese cartel me llenó de súbita perplejidad. ¿Dónde estaba yo a fin de cuentas?

 Los últimos meses han caracterizado por un no saber exactamente dónde estoy. Pero vamos, en realidad he estado mayormente en Inglaterra, que a estas alturas no es muy sorprendente.

Uno de los detalles menos conocidos—y no porque sea difícil de ver—es la megafauna británica. En Regent's Canal hay una Escuela de Sirenas, pero de tiburones. 


Y en Crystal Palace hay unos dinosaurios, testimonios de una exposición universal en 1845.





En Bristol tienen uno de esos museos de todo, con arte, mapas históricos, cuatro bajorrelieves mesopotámicos (no es una hipérbole) y una colección de minerales tan antigua que muchos vienen de países que ya no existen. Siempre disfruto con la señalética viejuna de los museos de la ciencia, y estos diagramas de estratos geológicos coloreados según su periodo me gustaron muchísimo.



Pero quien se lleva toda la fama en el Museo de Cosas de Bristol es Doris el pliosaurio.




También hay otro Museo de Cosas en Bristol con un montón de dioramas de pájaros disecados, incluso una sección sobre técnicas de taxidermia.



Incluso un muestrario de ojos de quita y pon, digno de salir tal cual como portada de libro maldito en El Ejército de las Tinieblas.



De una visita breve a Barcelona, tengo pruebas de haber salido de un sitio.


De nuevo en Londres, me esperaban maravillas como lo que sigue. En mi barrio hay una calle con muchas tiendas de ropa étnica, que es una forma de decir no-blanco que me gusta poquete, ya que a fin de cuentas es una retórica de otredad. Me hace pensar en cuando uno opina que los demás tienen mucho acento de donde sea, sin ser conscience del suyo.

Pero lo importante es que uno se encuentra una cola de vestido de novia en la basura así, sin avisar.


Y esta combinación de pajarracos que parecen los aguiluchos grises del LEGO, que en realidad son cotorras descoloridas, con este cruasán rampante. 


Algo menos heráldico pero más rampante es el cartel de la jamonería de cerca de los museos de Kensington, que se alumbra y todo.


Siguiendo con el tema de las reproducciones de comida, fui a una exposición sobre las réplicas de comidas en Japón. No sé si se distingue mucho en la foto, pero esas tintas de aerógrafo tienen los colores, de izquierda a derecha, para la piel del salmon, la piel de pollo y las gambas cocinadas.




Y también visité el último faro que queda en el Támesis, que a estas alturas sirve de museo.


También estuve en una exposición, breve y simpática, sobre el Tarot y su historia. No podía faltar el Tarot de Thot, encargado por Aleister Crowley.


Pero creo que lo que me más me gustó fue estas cartas tamaño cuartilla hechas para armar un catálogo de papeles de colores para una empresa papelera. No había una baraja completa, pero si un muestrario la mar de bonito, con esas líneas tan espesas y ese aire sementero.




También estuve en Copenhague los días antes de la Pascua. Visité la iglesia dedicada a Grundtvig, pensador y pastor danés, que no había tenido ocasión de visitar en su día. 





Al día siguiente fui a Louisiana, visita imperdonable. Había una exposición de Robert Longo que me dejó muy impresionado.



Y una más didáctica sobre el mar, que tenía esculturas rescatada del naufragio del que sacaron el artefacto de Antiquítera.


Ya saliendo, me encontré unos legos negros por la calle, como ya me había pasado en Islandia.



Y unos borricos delante de otra iglesia, porque se había hecho Domingo de Ramos,