En mayo vinieron mi madre y mi tía vinieron a Londres. Fuimos a Kew Gardens, que es el jardín botánico grande de por aquí.
Por fortuna nadie iba en tacones.
Había una instalación de unas pantallas con un árbol. Tampoco hace falta irse por Baudrillard para decir que tiene telita que los visitantes repararan más en el árbol de la pantalla, pero aquí me hallo yo, poniendo en la pantalla la foto de la pantalla del árbol.
En mi barrio (y en buena parte de Londres) uno se encuentra zorros con facilidad en las horas crepusculares. Los zorros en Londres son como los mapaches de las urbes norteamericanas; más bonitos pero acaso algo menos carismáticos.
Con la cantidad de basura comestible, tampoco es sorprendente.
Hablando de simulacro, fui a ver London Road, que es un musical que describe la vida de un barrio de las afueras, en Ipswich, durante y después de que se atrapara a un asesino en serie que mató a cinco mujeres. La obra sigue la vida de los vecinos, más que de las víctimas o del asesino.
La obra es un musical textual, donde todas las canciones y citas están sacadas directamente de entrevistas a los vecinos, de la prensa, de actas de juicios o de reuniones vecinales.
Más que describir cómo el vecindario navega el miedo al saber que hay un asesino en el barrio, la obra describe como el miedo y la distancia hacia las víctimas terminan por vertebrar una organización vecinal que no existía.
Al ser una obra documental, la intención del autor se percibe en qué decide mostrar u omitir, pero la forma en la que los vecinos expresan miedo (las víctimas son mujeres del barrio), alivio (las víctimas solamente son prostitutas), distancia moral (las víctimas son putas a fin de cuentas) consigue provocar una incomodidad helada en la audiencia.
Incluso los propios vecinos admiten que sin haberse dado los asesinatos, no se habría creado una comunidad de vecinos que se organizaba para hacer fiestas y reuniones públicas, primero como lavado de cara, y después como genuinas expresiones de concordia. Aquí precisamente es la representación de la que realidad, con la distancia analítica que otorga haber convertido las citas en canciones, lo que resulta inquietante.
Parece que también hicieron una peli.
En el Tate Modern tenían una exposición de Leigh Bowery
Pero al lado, y sin saber muy bien a qué iba, había otra exposición flipante de un señor coreano que se llama Do Ho Suh. Había una sala donde había recreado, con precisión y rigor de tarado, todos los pomos de puerta, enchufes, interruptores y apliques de las casas en las que había vivido. Entre otros temas, el artista se ha dedicado a tratar la tensión entre itinerancia y pertenencia. He tenido esta exposición muy presente a medida que me daba cuenta de que ya había adquirido la memoria muscular para navegar mi domicilio actual a oscuras; dos peldaños, tres peldaños, a ese interruptor llego con la mano izquierda según la escalera hace rellano.
En algún momento tuve que ir a Estados Unidos por trabajo, para alguna cosa que era urgente y de vital importancia en julio y antes de agosto ya se había vuelto irrelevante. Pero como con los vuelos largos en curro nos deja ir en primera, me llevé este juego de salero y pimentero que te ponían en lugar de darte sobrecitos.
Siguiendo con la temática del simulacro, son de plástico metalizado pero dan el pego; hasta que notas lo poco que pesan. Una lástima.
Más allá del antíclimax profesional y los saleros, lo que más recuerdo de ese viaje es acabar yendo a un minigolf
Una cosa que me quedaba por hacer era ir al Shakespeare's globe, que es una reconstrucción del teatro en para el que Shakespeare había escrito. Fui a ver Las Alegres Comadres de Windsor, que para ser una comedia es bastante aburridilla. Nada que reprocharle a la producción, pero el texto da para lo que da.
Una escultura a escala 1:1 de un perrazo en el Victoria&Albert.
Hice una visita breve a Cardiff, porque no había estado nunca. Y como suele pasar cuando uno viaja a lugares de clima infernal, a mí me hizo sol todo el fin de semana—hasta el momento exacto de coger el tren de vuelta
En un Museo de Cosas tenían nautilos, y unos infográficos en galés sobre la creación del sistema solar.
En Cardiff también está el Muro Animal que rodea el castillo, una fantasía del XIX pero con ojos de vidrio reparados más recientemente.
Una iglesia con una ventana con el contorno de una baldosa barcelonesa.
Vista desde el amarradero.
Un conecta-4 enorme tirado por el suelo.
Ya en Londres, en mi barrio aparecían otras cosas tiradas por el suelo. Unos vecinos se mudaban y dejaban objetos de decoración en su lado de la acera, por si alguien los quería.
Siguiendo con los acontecimientos del último par de años (o de los últimos 75, según se mire), alguien había vandalizado una sandía.
También fui al concierto de Sleep, de Max Richter. Un concierto de ocho horas y media cuya entrada incluía una cama.
Tuve a los Lara-Adell en casa una semana. Fuimos al HMS Belfast (vamos, Barco-de-Su-Majestad Belfast), que es un barco-museo que data de los principios de la GMII y ahora está amarrado en el Támesis .
Luego estuve en una boda en Dublín. Por lo civil, pero en Irlanda, así que había una arpista en el edificio histórico del ayuntamiento.
También pude ir a algunos museos en Dublín. En el Chester Beatty, hay una gran cantidad de obras escritas desde China a Oriente Próximo.
Y en los museos nacionales están los famosos cuerpos humanos de la Edad de Hierro preservados en turberas, como el Hombre de Croghan. A diferencia de otras cosas mencionadas aquí, esto es tan verdad que da vértigo.
En esas mismas turberas también se han encontrado bloques de mantequilla, que tal vez se guardaban allí como técnica de conservación.
Hice una visita otoñal a Barcelona.
































