lunes, 18 de julio de 2016

De cabeza al apio



Pensaba que nunca diría esto, pero hace un calor de muerte estos días en París. Y tampoco se ve que le den mucha salida a las promociones de temporada. De todos es conocido eso de encontrarse un conejito de pascua de chocolate envuelto en papel de Papá Noel, pero me parece que a esta vaca no va a haber forma de travestirla de reno.

Otros animales toleran mejor el calor que las vacas de chocolate. Se conoce que hay animales de mi vecindario que lo pasan mejor, como estos antílopes tan regios cuyo nombre desconocido.


Resulta que vivo a dos pasos del zoo de París. Con una historia asociada a la Exposición Colonial de 1931, el zoo está iconizado por una montaña de mentira que parece una foto ampliada de una impresión 3D. Después de unos años cerrado por malas condiciones y amenaza de bancarrota, lo remodelaron para tener menos especies pero que dispusieran de más espacio y mejores condiciones.


Así que el sábado fui, y pude ver como daban de comer a las nutrias europeas.


A ellas les tiran peces y el cuidador te explica cosillas. Con los buitres creo que es menos interactivo, pero son muy majos.


Los tapires se aburren.


Las iguanas y los camaleones se dejan hacer posados robados con una perfecta naturalidad estudiada.




Pájaros fotogénicos tampoco faltan.




Aunque a mí lo que me sulibeya son las hormigas, porque tengo una pequeña vocación frustrada de entomólogo. Harto de leer sobre ellas y verlas en documentales, me quedé de piedra cuando vi que tenían un nido de alguna especie de hormigas parasol, de las que cultivan un hongo en la intimidad de sus nidos arborícolas.


Aunque al estar lejos de su Sudamérica de origen, las estaban alimentado con hojas de avellano. O eso, o se han vuelto unas señoritas cursis a fuerza de vivir en París.


Quien también parece haber adquirido gustos raros en Francia es el manatí, a quien le flipa el apio. Así tal cual, a palo seco. Les echan apios enteros y ahí que van, de cabeza.


Yo no podría.




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