lunes, 24 de octubre de 2011

flaco favor

He estado una semana en Barcelona y he aprendido muchas cosas.

1.- El fin de los tiempos y su interés científico

Nacho me estuvo explicando cosas muy interesantes, entre ellas La Onda de Tiempo Cero. Hubo un señor, Terence McKenna, recientemente facellido, que afirmaba (cito de Wikipedia):


 "...el Universo tiene un atracción teológica en el fin del tiempo que incrementa interconexiones, finalmente alcanzando una singularidad de complejidad infinita en el 2012, en que cualquier punto y toda cosa imaginable ocurrirá simultáneamente."

Evidentemente, esto es relevante para todo lo tocante al fin de los tiempos, que es un tema de continuo interés y constante actualidad. Pero no sólo para eso, ya que parece que las teorías de McKenna ofrecen una posible metateoría para todo el trabajo de Hauptmann-Feuerwerker en general y sus Estudios de la Transcentalidad Percibida en concreto. El trabajo de Hauptmann-Feuerwerker se encuentra en un estado de formalización puramente descriptiva y no predictiva, y es posible que se pueda extender su modelo para empezar a hablar de la Trascendentalidad Predecible.


2.- El museo de los mamuts

En Barcelona hay un Museo del Mamut del que no tenía noticia. Y puedes montar cumpleaños en él.

3.- El Barco de Vapor

Los libros del Barco de Vapor son un estupendo recurso pedagógico para gente de +25 años.





4.- Arqueopolítica sentimental

No es una observación particularmente aguda que una familia tiene (o consiste en) un sistema de gobierno. Existen familias de corte asambleario, e incluso familias numerosas en las que acaba emergiendo una democracia representativa; pero vamos, la mayoría de familias oscilan entre la oligarquía y el despotismo ilustrado.

Es interesante, sin embargo, ver como existen procesos de reforma administrativa y graduales conspiraciones en contra del régimen establecido en el seno de muchas familias. Una familia que, por ejemplo, funciona como una monarquía parlamentaria (incluso con una tosca division en dos poderes, uno ejecutivo y uno legislativojudicial), tiene que mantenerse firme para no acabar convertida en un despotismo hidráulico.


Bien, no exactamente un despotismo hidráulico. Eso requeriría un control de los recursos naturales. Me refiero más bien a una reconversión de las señales de afecto y prestación y, en definitiva, estatus, en símbolos de las mismas. Así, se puede convertir la transación del afecto (moneda de cambio en la estructura familiar) en una representación de la misma, de la misma manera que un estado avala sus billetes impresos, un miembro de una familia avala sus símbolos de afecto como verdaderos y fidedignos. Eso es lo normal, y es lo que hace que se hagan favores materiales y se intercambien regalos con valor sentimental. Ahora bien, cuando un elemento o sector pretende implantar una centralización reguladora de ese sistema transaccional de símbolos de afecto, nos encontramos con un despotismo hidráulico de corte simbólico.

Sonará trivial, pero pensadlo un par de veces antes de aceptar que os preparen un tupperware de sobras la próxima vez que vayáis a comer a casa.

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