Ante la imposibilidad de aplazar mis obligaciones y las ganas de escapar del febrero danés, me compré corriendo un vuelo con KLM, con escala, claro está, en Amsterdam. Al salir de Copenhague, como iba bien de tiempo, me puse la máquina de facturación automática en español porque las traducciones farragosas de este tipo de trastos suelen ser divertidas. Lo que encontré fue mucho más serio. Las máquinas de facturación automática saben más detalles de la vida sentimental de uno que la propia almohada. Miren, si no, mi estado civil.
En el aeropuerto de Amsterdam estuve una hora y pico, que apenas me dio para mirar el escaparate de la tienda de Svarowski y las cosas en la tienda de Miffy. En este aeropuerto hay una zona de relax que ofrece lo mejor del campo, pero en hipoalergénico. Esto es un árbol de moqueta.
Esto en Ethnologue no sale, pero se conoce que el danés y el holandés son las dos lenguas germánicas que compiten por ser la más fea de su familia. Puede que ya me haya acostumbrado al danés, pero madre de Dios! Pensaba que a las azafatas les iba a dar algo cuando nos daban las instrucciones.
Ayer justamente me explicaron que en el himno holandés se sigue honrando al rey de España. Y opino que nosotros tendríamos que devolverles ese honor. Un país que tiene una entidad que se llama Rabobank merece más que simple respeto. En serio, Rabobank.
Al coger el tren en el Prat me encontré con unos tipos muy altos, con una curiosa fisonomía. Eran como personas aquejadas de acondroplasia, pero como de metro noventaipico, y no sabía yo de qué, pero me sonaban. Uno iba de payaso, una chica a su lado iba de pierrot, y otros dos iban de trapecistas. Se veía que la ropa les iba chica.
- Hola, somos tus enanos, mira como nos hemos puesto.
Y es que, lo que faltaba, que puto frío he pasado en casa. Ésta es la vista desde el comedor de casa de mi madre.
Pero lo peor se me viene encima en un rato; esta noche duermo en Praga porque voy a esto.
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