jueves, 2 de mayo de 2013

Noruega I: El ferry

- A la terminal del ferry de Oslo si es tan amable.
- Claro que sí. ¿Va por trabajo?
- No, bueno, un poco. Pero en realidad de vacaciones.
- ¿Ahora que empieza el buen tiempo se va usted a Oslo? Va a hacer un tiempo de perros.
- Lo de Oslo es lo de menos. ¡Voy a acabar en Bergen!
- No lo entiendo, perdone, pero no lo entiendo.



Tampoco hacía falta explicarle todos mis motivos al taxista. Ya había estado en Bergen antes, pero eso fue antes de que Carla se fuera a hacer la tesis allí. Luego Cristina se fue a Gjøvik y pensamos que, coño, que habría que coincidir. Carla y Cristina se reunirían en Gjøvik, que está más al sur, pasarían unos días juntas y me vendrían a buscar a Oslo.

En lugar de volar, me hacía gracia ir en ferry hasta Oslo. Mi amigo Jens trabaja de jefe de intendencia en uno y me podía hacer un buen descuento. Me dieron el camarote 2001.


Todo el barco tenía algo kubrickiano.


Otra de las ventajas del descuento de amigo era que comía en la cantina de los empleados. Era bastante horrible, pero gratis. Éste era mi viaje en barco más largo y me preocupaba ponerme malo, pero se ve que es importante tener la tripa llena para no acabar devolviendo.


En el barco viajaba la banda del Tivoli, el parque de atracciones de Copenhague. C
uando tienen que actuar en Noruega se les deja viajar por cuatro duros a cambio de que toquen. Aquí se les ve en la discoteca del ferry, un local que parecía los antros narcochic de las pelis de los noventa.



Jens me llevó a ver algunos de los rincones del barco. En esta sala tenían los tanques de cerveza...

y una red de tubos asquerosos como de ciencia ficción distópica que repartían el jarabe que luego se mezcla con agua carbonatada para producir refrescos, como el sistema linfático de un monstruo biomecánico. También pude ver las amarras, pero no los motores porque el mar estaba revuelto y no me dejaron entrar.


El viaje dura unas quince horas. No me dediqué a ver a los noruegos ebrios del alcohol barato del duty free porque quería llegar a Oslo descansado. Bueno, y porque viajaba sólo y habría sido un aburrimiento además de muy embarazoso. Los noruegos tienen una terrible reputación como borrachos, porque en su país el alcohol es carísimo, y con su moneda fuerte y sus costumbres restrictivas, cuando van a cualquier otro sitio, se les corre el pliegue. De hecho el ferry zarpó con un pasajero de menos porque a una noruega borracha se le pasó el embarque. La llamaron para preguntarle dónde estaba y si le daba tiempo a llegar y ella sólo supo decir fue "Estoy delante de un autobús. Es amarillo. Muy bonito el autobús amarillo".

En el camarote pude dormir bastante bien, menos cuando una escalerilla de mano se cayó durante la noche y me pegó un susto de muerte. La entrada en el fiordo de Oslo, a pesar del día un poco tonto, fue impresionante. Muestro un par de vistas desde la cubierta. Esta casita en su microisla es un restaurante.


Y aquí, a la izquierda, el ayuntamiento de Oslo con su rotunda arquitectura, y la derecha, la fortaleza de Akershus.



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