jueves, 7 de junio de 2018

Naufragio de sangre

No es que me pasara nada malo, pero es lo único que me sé de memoria de La Aurora. Eso, y las cuatro columnas de cieno. Con esta premisa, me esperaba que Nueva York sería mucho más sucia y daría más miedo.

Sería cosa del buen tiempo, pero nada fue tan terrible. La presencia de las iglesias, aún siendo una gran ciudad, también se hace notar, pero esa presencia está mediada precisamente por la forma de la ciudad.



Y de otras ciudades.


Y de otros lugares. Como en buena parte de Norteamérica, la lengua inglesa es la predominante. Pero durante estos días pude usar mucho el castellano. Me parece que el Semanario de la Familia Hispana no comparte el mismo argot que algunos de mis amigos, porque si no, no se les habría ocurrido publicar El Especialito.


Tal vez es más inesperado encontrar carteles en esta lengua criolla, que seguramente es haitiano. 


E incluso en lenguas más muertas que el latín.


Repartidos por la ciudad, había animales metálicos más o menos contentos y más o menos afortunados en su factura. El mejor era el perro que cumplía ocho años en Central Park.



Había un fénix en el portal de la biblioteca de Brooklyn.


En la verja, una ardilla.



Unos bichos de esos de Jeff Koons en una tienda.



Unos osos en un sitio ruso.



En el Met había unos monos. 


Un pulpo joya.




Y un grifo con forma de grifo.




Pero en el Met había muchas más cosas, desde la exposición temporal sobre la divinidad y el cuerpo en el catolicismo que presentaba muchas piezas de alta costura de inspiración religiosa (aquí con una obra de Jean Paul Gaultier y otra cuya casa de moda no recuerdo),



o esta talla para un medallón pectoral de Jesucristo con los animales de cada apóstol tallada en marfil de morsa (s. XI), 





 o más cosas religiosas,


o de vida doméstica de algún señor rico,


una silla de montar de hueso,


un retrato hecho por un artista americano a una mujer que medio se aburre, medio se lo toma a chufla


o unas máscaras de algunas islas (Micronesia no, tal vez Melanesia, me da un cierto reparo de pudor occidental no acordarme),

hasta perretes de arte precolombino,


y también muy buenas vistas.



Puede que lo que me hiciera más ilusión fuera ir al Met, había más cosas que ver (y unas cuantas que comer). Muestro abajo dos actividades de rigor, el desayuno americano de tenedor y el horizonte urbano de noche.



Y por último, las horas y horas de más en el aeropuerto, porque me cancelaron el vuelo de la tarde del domingo y pude volar a las seis de la mañana del lunes, directo al trabajo y vacilando insomne.


Como recién salido de un naufragio de sangre.

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