martes, 10 de abril de 2018

Figuras de cartón

Pues ya es abril. Ayer estaba nevando, sin que uno tuviera derecho a protestar, o al menos, de que las protestas de uno sirvieran de algo. 




Llevo unos meses en Canadá, y en principio ya he pasado lo peor. Lo peor es por lo visto el invierno cuando no conoces a nadie. 



Canadá, o al menos Toronto, está bastante bien. En principio te dicen que es como los Estados Unidos pero sin pistolas y con sistema decimal. Lo de las pistolas casi me lo creo, pero lo del sistema decimal  es mentira.

La cercanía de los Estados Unidos y, supongo la cantidad de importaciones desde allí hacen que la gente esté acostumbrada a los pies, las libras y las onzas. Sin ir más lejos, la cerveza embotella va por centilitros, pero la de barril va por onzas. Los objetos pesan kilos pero las personas pesan libras. Los coches corren kilómetros pero las viviendas y locales comerciales se miden en pies cuadrados.



Así que no es que estén usando el único estándar que tiene sentido, sino que hay una convivencia en la que el total es mucho menos que la suma de las partes.

Creo que es injustamente fácil describir Canadá sencillamente por lo que no es estadounidense, igual que uno hace una definición substractiva cuando habla de Bélgica (que no es ni Francia ni Holanda) o Austria (que no es Alemania). Canadá tiene sus cosas de interés.

Estuve en unas jornadas de investigación donde los estudiantes habían hecho un mapamundi con alfileres para indicar sus lugares de origen, y aquí se ve como hay mucha gente de origen iraní. Mi jefe, mi jefa de proyecto y otros cuatro o cinco compañeros son persas.



Hasta la fecha sólo había interactuado con un terminólogo que hubo en la Pompeu, un señor con bigote que hablaba un inglés regular y comía dátiles.

Además de muchos persas, en mi trabajo ha habido bastante novedad. Sin ir más lejos, han pasado de ser una multinacional de 45 mil personas a una multinacional de 22 mil, vendiendo un trozo de la empresa de casi la mitad de la noche a la mañana.




Lo de arriba es un falso terminal financiero de plástico en un Ikea. Los hábitos de consumo canadiense son, en principio, más moderados que en el país vecino. Pero también sabe lo que les conviene, como estas variantes sirena o tiburón de la marca que produce y distribuye la batamanta.



Esto es la vida desde una de las oficinas de mi empresa.


En Toronto hay un parking donde los niveles tienen números y colores. Hasta aquí normal, pero además tienen asociado un producto alimenticio. El nivel cuatro es el nivel del queso.


Estuve un día de paso en la SPK, la asociación de combatientes polacos pro-aliados, con algo de memorabilia nacional y donde aparentemente se pueden comprar pierogi. 




Se conoce que aquí hay un lago, al que ahora se empieza a poder ir a pasear.


Ya comenté que había un barrio chino. Este es un restaurante de dim sum bastante malo.



Este año se cumplian noventa años de Óscar, y los fui a ver a un cine. La última vez que los vi en directo fue precisamente el año que pasé en los Estados Unidos, el 2001, que será siempre recordado como el año del Cisne de Björk.



Este año, supongo, será el año de Pantera Negra. Además multicines de palomitas y explosiones, hay algunas salas más antiguas, y una especie de filmoteca resultante del festival de cine. Este mes hacen una retrospectiva de Agnès Varda, y aquí está figura de cartón, más maja que las pesetas.




Esto se puede comprar en los supermercados. Si no me equivoco es la versión industrializada de un parfait, una combinación de gelatina y crema que hace pensar en esas recetas pasmosas de mediados de siglo XX.


Otra cosa que se estila mucho en este continente, además de la comida insalubre, son los museos a granel, que son a la vez museos de arte y de cosas. El Royal Ontario Museum es a la vez museo de arte, arqueología, etnografía, historia natural y lo que se le presente.

Hay unos frescos chinos muy aparentes, donde se ve claramente la aureola de las divinidades según den la cara o la espalda.



Y cuadros históricos de escenas militares con sus protagonistas bien indicado.



En la sección de las Primeras Naciones, había un espacio para hacer ofrendas de tabaco, aquí desvirtuadas o acaso actualizadas en una especie de escultura de Brossa.






Un par de calles hacia el este está este anuncio que, sospechosamente, no apunta a ningún comercio o museo. Puede que se limite a reivindicar la existencia del arte nativo.



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