domingo, 7 de junio de 2020

El año de la tos


La última entrada de este blog es de hace medio año. Quería, como siempre, haber escrito antes. 
Llevamos desde marzo en confinamiento, y en realidad, todo lo que tengo que contar pasó este invierno. 


Antes de que bajaran la persiana del país, mal y tarde—y mira que aquí les cuesta muy poco cerrar el país para según qué cosas—pude hacer algunas cosas. 

Por una mezcla de soberbia y desidia, cuando vives en un sitio siempre te dejas de lado ir a las atracciones turísticas. Pero como me gustan mucho los museos de cosas, fui a la torre de Londres. La torre había sido, ya más para acá, un zoo, y tienen unos animales hechos con malla de gallinero.





No tengo ninguna foto buena de los cuervos, pero aquí hay un león de San Marcos con esos ojos en blanco de mujer de clase obrera diciéndose ¡Señor, llévame pronto!


Y otra de este petirrojo, de un bar de cocktails donde cada uno va servido en un vasito distinto. Sé que pienso que todo el mundo es de mi condición, pero me reprocho no haber intentado afanarlo.


Semanas más tarde estuve en Brighton. Una de las vistas más célebres este muelle del siglo XIX, que ardió en 2003.


O si no, este otro muelle convertido en parque de atracciones, tan visible y tan audible.





También hay un Pabellón Real, un edificio que trata de ser un Taj Mahal de cemento por fuera, y de palacio imperial chino por dentro.  Por lo visto el palacio fue un encargo del rey Jorge IV, que nunca había estado en ninguno de los dos países. Nada del arte que hay en el pabellón es ni chino ni indio, si no que se trata de recreaciones que tratan de evocar esos lugares.

Por ejemplo, lo de esas vasijas se trata de garabatos que tratan de parecer sinogramas, aunque no pasen de patrones de ejemplo para tatuajes tribales feos. 





Siguiendo con las recreaciones, las cocinas del pabellón están llenas de comida de mentira. Las alcachofas tenían un acabado de catálogo de bodas, pero las platijas daban el pego.



En Brighton abundan también los rastros.






Al llegar a Cambridge, cerraron mi oficina. Un par de semanas después, cerraron el país en serio. En el Reino Unido se ha estilado, además de algún aplauso (pero por fortuna ninguna canción del Dúo Dinámico), dibujar arcoíris par agradecer la labor del personal sanitario. 

Aunque a mí me parece que le quedó bastante católico, creo que el autor no estaba del todo convencido de que aquello pasaba por un arcoíris y lo dejó escrito para que no hubiera lugar a dudas: RAINBO.


A diferencia de en casa, aquí siempre se ha podido ir a pasear. Un día vi una garza en el río.


Y avisos de que, aunque estuviéramos encerrados en casa, la primavera iba a llegar sí o sí.


Aunque a muchos no nos quedara otro consuelo que la jardinería de alféizar.

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