viernes, 2 de abril de 2021

Bestias míticas en desuso

Hace un año del principio del confinamiento. Durante el último año se ha abolido el tiempo. No me refiero al tiempo como magnitud física o perceptual, sino como magnitud moral. 

No es que tiempo haya dejado de ser importante; al contrario, hacemos poco más que contar días y semanas hasta tal fecha de cierre o tal reapertura. No obstante, devolver una llamada a las dos semanas, o un correo electrónico al mes y medio, ya ni merece empezar con una excusa por el retraso, porque el retraso ya no es tal.

Yo mismo me acojo a esa amnistía para escribir diez meses después de la última entrada. El retraso hace que se junten recuerdos del verano en familia y del invierno en Inglaterra.

Esto es un cuadro en la biblioteca de la Caixa de Sabadell, sacado en julio.


Y esto es un pingüino cantor en un centro comercial en Cambridge, en diciembre.


Digo yo que será a caso hecho, pero no me había dado cuenta de que el centro comercial de Glòries hace pensar en las letras de los estudios Pathé


Gran parte de Cambridge son adosados que se prestan a las decoraciones navideñas. Este pajarito sujeto con chinchetas a una verja estaba cargado de un dramatismo inesperado. Parece más bien una analogía de la semana santa.

Incluso pasadas las fiestas, quedan restos de esas decoraciones. Al flamenco, simpático e incongruente, que anuncia el restaurante italiano de al lado de casa, le dejaron puesta una estrella de David.





Antes fue verano.

Y luego ya no.
Hubo unos días de mucha, mucha niebla.




Parece que los cuervos tuvieron que ponerse de acuerdo para vigilar a esas gaviotas tan sospechosas, que bien poco pintaban tan relativamente lejos de la costa. Lo de lejos es un decir, porque la distancia máxima desde tierra firme a la costa en Gran Bretaña es de 113 km. Aquí estamos a unos setentaicinco.


Cambridge además se ha beneficiado históricamente de ser el punto navegable más interior  del río Cam, de ahí el nombre de la población. Si uno viera las armas de la ciudad con sus barcos e hipocampos, se pensaría que se trata de una ciudad portuaria con un museo naval desvencijado y un muelle con una escultura dedicada a algún corsario.


Pero bueno, de la heráldica puede uno fiarse lo justo.


En Cambridge descubrí la existencia de una criatura mitológica que no se prodiga mucho en el legendario, y solo esporádicamente en la heráldica británica. Se trata del eale, una especie de cabra monstruosa. El nombre en inglés es "yale", y a priori el nombre de la universidad no tiene ninguna relación, aunque sí que usen a la bestia en su heráldica.

Por mucho oro que le pongan no deja de ser un bicho bastante feo.


Más allá de la imaginería satánica y abrahámica, y alguna concesión como ganado lechero, no parece que nos tomemos a las cabras demasiado en serio. Parece ser que el destino de las cabras mitológicas sea el de convertirse en símbolos sin historia, como esta bestia heráldica o el famoso pero no muy conocido símbolo de Capricornio. Lo que sí que parece que hay que tomarse en serio son las ranas.



La serpiente solitaria de la vara de Asclepio y las dos serpientes de la vara de Hermes a veces se usan de forma indistinta. Yo lo veo bien; a fin de cuentas si una serpiente es medicina, por fuerza han de ser dos serpientes más medicina. 

En cualquier caso, a este muerto de la GMI, que además se llamaba Peregrino de apellido y era parte del cuerpo médico del ejército, lo tienen enterrado en el cementerio de delante de mi casa pero no acaban de tener claro bien-bien dónde lo han puesto al hombre. La lápida reza "enterrado en otro lugar de este cementerio", y no acabo de saber si es una excusa o un enigma: frío, frío, el muerto no está aquí.


Otro muerto que no está aquí pero casi es Diana de Gales. En Cambridge tiene un pequeño jardín-parterre-monumento donde los maceteros, grabados con el nombre y fechas de nacimiento y muerte de la princesa, parecen cachos de cemento sacados de un rompeolas. 

Tan inglés como echar de menos a Diana es esto de beber té. Este artefacto que casi me arrepiento de no haber comprado cuando tuve la ocasión, es un despertador que prepara una taza para que te despiertes. Parece un artilugio de Wallace y Gromit o de Franz de Copenhague.





Por lo demás, y como el resto del mundo, no hay más remedio que pasear. Hay que tener cuidado porque a veces no hay suelo.





Y hay que fijarse en el suelo, porque hay cosillas de una gente que hace casitas y otras cosas para sorprender al transeúnte. La de aquí abajo medirá un palmo y pico de alto.




La gente pone cosas en los alféizares, muchas veces son donaciones. Suele haber libros y cosas de menaje. Lo más llamativo que he visto es este cadalso para Barbies.



Y esta patata con ojicos. Lo más pequeño no sé que es. ¿piñas de ciprés?









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