miércoles, 7 de septiembre de 2011

"Tendremos que aprender a sobrevivirnos" - Magdalena, mi compañera de despacho

"Estábamos en una conferencia en un hotel de gama media en cualquier sitio eurogénerico, de los que llueve, como Breda, Estrasburgo o Bilbao. La moqueta y el tapiz de las sillas eran gris y azul. Poca gente para un comedor tan grande, azuzenas demasiado perfectas, abiertas y cabizbajas en jarrones cuadrados, tres cubiertos a cada de lado del plato, mantel y sobremantel blancos. La comida no llegaba y yo tenia delante a una india de pelo lustroso y sonrisa tímida.

Teníamos hambre pero la comida no llegaba y ni tan sólo había camareros. Luego entró en la sala una media docena de mujeres. No mujeres, mujeres-mujeres. Seis o siete vampiresas de Hollywood de pelo ondulado, guantes de raso y escote palabra de honor. Sin mediar palabra, nos instalaron unos dispositivos de control en las manos, como una especie de anillos-trampa algo aparatosos que, entre otras cosas, recogían datos biométricos y nos daban descargas si nos portábamos mal. Pasamos de tener hambre a tener miedo además.

Por algun motivo son sacaron a fuera, al jardín del hotel. Era noche cerrada y sólo nos alumbraban las luces con forma de yelmo enrejado que delimitan el acceso y el aparcamiento. Nos hicieron sentarnos en mesas del jardín y las vampiresas (que por cierto, venían del espacio exterior) nos trajeron comida en un carro camarera de acero. La que le tocó a mi grupo tenía el pelo castaño y llevaba un vestido gris perla. Mientras nos servía el entrante (creo que salmón ahumado) nos iba preguntando cómo se decía gracias en nuestro idioma. Las vampiresas de Hollywood del espacio exterior hablan en perfecto castellano, así que me preguntaron cómo se dice gracias en danés. Atemorizados y con los dedos entumecidos por las descargas, no sabíamos qué decir, excepto gracias."




El curso que habíamos organizado se acabó, por fin, el viernes pasado. El sueño relatado es una de sus consecuencias. De las dos semanas, la primera era la que estaba más relacionada con mi tema, y por lo tanto, en la que más me aburrí porque casi todo me sonaba. La segunda, no obstante, fue más entretenida.

La mayoría de los asistentes venían de fuera, así que se organizó una actividad durante el fin de semana que unía (o separaba) los dos bloques del curso. Fuimos al museo de los barcos vikingos de Roskilde, y luego a cenar.

Roskilde había sido la capital de la Dinamarca vikinga a partir del siglo VII, y el foco de la cristianización del país a partir de la conversión de Harald Dienteazul en el s. X. Tiene una catedral de ladrillo muy bonita a la que no pudimos entrar porque se estaba casando alguien. Dentro están enterrados la mayoría de reyes y reinas daneses.

En anteriores ocasiones ya he comentado cuánto me gustan los museos de cosas, es decir, los museos que no son de cuadros colgados. Seguro que hay un término técnico, pero a mí, "Museos de Cosas" me gusta bastante. El museo de los barcos vikingos es uno de ellos, y, como puede suponerse, las cosas que tienen son barcos vikingos.

Los barcos en cuestión eran barcos que se habían desgastado y estaban irreparables en su día, de manera que los colocaron como barrera en el fiordo de Roskilde para regular un posible ataque por mar. Los barcos se pasaron cosa de mil años bajo el agua hasta que decidieron sacarlos de ahí durante los 50, y les construyeron un edificio brutalista alrededor.
El guía, que nos preguntó a qué nos dedicábamos, dedicó un ratito a hablarnos de alfabetos y curiosidades sobre vestigios escritos.


Afuera había un perro atado.


Pasado el fin de semana volvimos al curso, que pasó sin pena ni gloria hasta que Costanza, la directora de tesis de mi compañera de despacho, decididió con su habitual desenfado que le iba bien un paraguas de caballero que había en la sala para usarlo como puntero.

Como muchas veces que uno hace algo que mola, se moría de risa y vergüenza al acabar su ponencia, diciendo que no quería ser conocida como la Mary Poppins de su campo. Quién no querría ser la Mary Poppins de su campo?

Para agradecernos los esfuerzos de organización, uno de los asistentes (persa) nos regaló una alfombrilla (persa) para el ratón tanto a Magdalena como a mí. Estuvimos encantados. Si yo tuviera que comprar un regalo de cortesía en el aeropuerto de Teherán también compraría esto.

Y aquí vemos a Magdalena bebiendo té con cañita, sentada en nuestra butaca nueva.

3 comentarios:

  1. Me encanta Magdalena y me encanta que en tu crónica aparezca un perro atado fuera, así, por sorpresa.




    (Y te voy a linkar en el facebook).

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  2. En general mola leer tus historias, y siempre se aprendo algo nuevo. Pero esta vez lo de dienteazul me ha dejado patidifuso.

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