sábado, 2 de octubre de 2021

Lo inane, sin duda

Sacar la basura siempre es un incordio, y en este país, es uno de los peores tormentos cotidianos junto con el moho negro. El Reino Unido, horizontal, no tiene contenedores grandes públicos como en otros sitios. En cambio, cada residencia tiene los suyos. Si vives en una casa o algo parecido, tienes contenedores como los de aquí abajo, en todo esplendor satánico.



Ah, qué práctico, ¿verdad? Pues no. Uno tiene que acordarse de sacarlos a la calle para la recogida, en semanas alternas, de basura general y reciclaje, y luego volverlos a meter en casa al día siguiente.

Es decir, si por hache o por be uno no puede sacar el contenedor negro el martes que toca, se tiene que aguantar con un contenedor de basura lleno durante dos semanas.

Por fortuna este incordio cotidiano—y otros asociados como que quien sea pille tu contenedor de orgánica y te lo llene de baldosas rotas o plástico de burbujitas—se ha mitigado porque me mudado a un bloque de pisos que tiene recogida de basura colectiva.

Vamos, he ganado en otras cosas, pero si de algo me alegro es de haberme librado de esta relación de Sisífo con la basura.

Dedicarle tres párrafos a la basura (cuatro, con éste) es propio de estos tiempos de angustia y encierro, donde si tenemos suerte y no nos ha tocado ninguna desgracia, todo lo que tenemos que contar es doméstico e inane.

Hablando de inane, una cosa muy propia de este país son las quejas ridículas de los vecinos en los periódicos locales, seguramente exacerbadas por la demografía británica, que ha dado tantos y tantos diarios a poblaciones medianas. Esa demografía, junto a las actitudes de sus habitantes, lleva a señoras de clase media a devolver un pan de semillas al súper porque tenía demasiadas semillas y no era lo mismo que antes, y a quejarse de cualquier cosa en el diario local.

Este ternero, en cambio, está entretenídisimo leyendo sobre una mancha de pintura en la acera de nosequé pueblo.


El Reino Unido también se distingue por sus deportes raros y aburridos. Uno de los menos corrientes es el bolo césped, que pertenece al continuo de la de petanca. Como tendrá un perfil de jugador parecido al de la petanca (aunque sin boina calada y puro a medias), aquí hay una pista cubierta para que los señores puedan jugar si llueve. 



¿Qué andaba haciendo yo aquí? Desde luego no jugar a los bolos.


Durante el confinamiento, habían habilitado el recinto para vacunar a la gente, con la bendición de la reina.


Con mejores defensas, más posibilidad de salir y menos invierno, estuve paseando por Cambridge. Ésta es una de las calles más bonitas del centro.





Como el mundo iba reabriendo, pusieron una noria para que se subiera la gente.


Han estado haciendo eso de poner vacas de fibra de vidrio pintadas con diferentes temas. Alguien se dijo que pintar una vaca con diferentes razas británicas de ganado era una buena idea, y, llegado el momento crucial de determinar cómo se pintaban las ubres, no tuvo más remedio que decorarlas con una Union Jack, que es la Ikurriña que usan aquí. Aunque para ser justos, el tema de bandera y ubres ya lo habían establecido en los noventa.




No entiendo muy bien por qué, pero alguien dejó, a propósito o por accidente, un molde en forma de pescado delante de la puerta de mi casa. 


Aunque la idea de hacer un aspic terrorífico me tentaba, me acabé yendo a Londres a comer sardinas a la brasa. Fue la primera vez que salía de Cambridge desde septiembre.


Una vez casi completamente perdido el miedo a salir de casa, estuve en Glasgow unos días.



Hay museos de curiosidades e historia de la medicina. Aquí, un cráneo con carcinoma sifilítico.


Dos cochinillos en uno.




Y un jardín botánico muy aparente.


También estuve en York, la vieja. Y es tela de vieja. Una buena parte de la muralla está intacta y da para un buen paseo dominical.


Londres tampoco anda mal de sitios para pasear, a decir verdad. La iglesia de St Dunstan fue prácticamente derruida durante la GMII y ahora está reconvertida en ruina-jardín. Está siempre llena de posados de fotos de boda, de Instagram y de lo que presente.




Menos propicio a las fotopero al menos igual de interesantees el templo de Mitras.



Más fotogénica era esta expo sobre cinco cosas que le gustan a Marina Abramović. Y las cosas que le gustan son las Rosas de Jericó  (aunque por lo visto la variante que todas nuestras abuelas han tenido es de las Américas y poco tiene que ver con Cisjordania), los cristales, la Noche Estrellada de Van Gogh, un ensayo de Susan Sontag sobre el dolor ajeno y la fotografía de guerra, y una piedra que le trajeron de Marte.


La piedra de Marte propiamente dicha no estaba en la expo, pero había una grabación que enunciaba nombres de estrellas y una especie de jardín zen con unas bolas de metal.


Y por si se les desmadraba el jardín de tierra, un rastrillo y una escoba.

La idea de escoger cinco cosas que te gustan o te interesan mucho está bien. A decir verdad, es posible que ni la basura, ni los rastrillos, ni el ganado me interesen tanto. El carcinoma y los jardines botánicos, tal vez. Lo inane, sin duda, sí.

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