Siendo finales de abril se me hace raro empezar con fotos de la Navidad anterior, pero hay unas cuantas cosas de las que vale la pena acordarse.
Primero, esta cabeza de peluche gigante en una tienda de segunda mano tipo Cruz Roja. No recuerdo el precio pero estaba en venta.
Algo menor pero tal vez más alucinante, un plátano muñeco de nieve de peluche comido de mugre debajo del puente de vías de al lado de casa en Londres.
Ya llegado a casa, tocaba comer. Hacía años que no sostenía una caja de polvorones y mantecados El Patriarca, y me llevé algo de chasco al darme cuenta de que era un patriarca griego y no gitano. Pregunté a más gente y puedo confirmar que hay un cierto efecto Mandela alrededor de la imagen (el icono!) de las cajas de El Patriarca y la etnia del patriarca en cuestión.
Llegó a mis manos un paquete de papel amarillo de carquinyolis de Sant Quintí de Mediona. Es un dulce al que le tengo mucho apego biográfico.
En casa de Alba había unos limones muy fotogénicos.
Y un montón de sarmale. Los sarmale son la variante rumana de los rollos de col rellenos de carne y arroz. Estaban muy buenos, porque se los pasa una señora rumana.
Siempre que voy a casa intento comer pescado, pero en este bar de tapas no me atreví a pedir bacalao, por futurista y sideral que lo hagan.
Por la calle, asadura de muñeca.
En Can Anglada, en Terrassa, una fachada con un plato de Camarón, una anáfora equívoca de la caja de polvorones.
Una furgoneta de reparto de agua embotellada anunciaba los tipos de servicios y aplicaciones de su agua. Lo de "agua para cruceros" me parece algo optimista, pero no tan optimista como lo de "acero para los barcos" que decía mi abuelo Manolo al sacar bíceps.
Una exposición sobre cine y espionaje.
Incluso unos disquetes franceses con secretos de defensa. Me hizo pensar en mis tres o cuatro reuniones con la Direction Genérale de l'Armement cuando vivía en París.
Ya en Londres, pasó una carroza fúnebre con lo que creo que era una bandera palestina encima del féretro. Los conductores eran jóvenes, y estoy casi seguro de que era algún tipo de cosa artística o de protesta por lo que viene pasando desde octubre.
Por motivos parecidos, daba pena ver esa sandía partida.
Comer en exceso se puede hacer aunque no sea Navidad. Preparándome para una mudanza propia, fui a echar una tarde a IKEA para ayudar a una mudanza ajena.
Donde hay material de decoración que no está en venta pero sirve de muestrario es God's Own Junkyard, una galería de luces de neón en el norte de Londres.
Tal vez menos elaborado pero igual de impactante es el letrero luminoso de una tienda de pollo frito de cerca de mi casa. Por mucho que los gallos estén asociados al alba, lo de luz solar ("sunlight") no lo acabo de entender.
Cosas útiles, abandonadas debajo de un puente. Una carretilla y un cepo.
Delante del momento del Kindertransport hay un McDonald's.
Al lado de mi casa hay un restaurante tailandés que tiene una cultura material propia. Propia y muy suya. El sitio tiene cosas de Tailandia, cosa que se entiende, como por ejemplo muebles de madera maciza con monedas y billetes de todo el mundo debajo del vidrio porque imagino que representan prosperidad. También hay muchas figuritas de temática gatuna, y los cojines de todas las mesas son de tela estampada de tigre o leopardo. Además de eso, añaden decoración estacional cuando toca. Y tocaba porque era Pascua.
La temática gatuna continuaba en una exposición sobre la monería en Somerset House.
La exposición explicaba cómo se había establecido el lenguaje visual de lo mono, desde niños rechonchos en postales victorianas hasta llegar a Hello Kitty; y cómo desde hacía se podía usar ese mismo lenguaje visual para hacer más dirigible productos o entidades más antipáticos.
Una lata de aceite de motor de Agip en colaboración con Hello Kitty.
Otro ejemplo es el peluche mascota de OxyContin, una marca registrada de oxicodona.
O la jarretera representada en este cuadro tan rimbombante.
Vamos, la jarretera de la Orden de la Susodicha.
¿Qué hacía yo en una gran superficie de ferretería? Pues como iba diciendo antes de de los últimos tres cambios de tema, me estaba preparando para una mudanza propia.
Resulta que me he comprado un piso en Londres. No diré que sin comerlo ni beberlo, porque los procesos de compraventa de vivienda en Inglaterra son un viacrucis que implica abogados por el lado del vendedor y del comprador, y no suele tardar menos de 20 semanas.
De las cosas graciosas de todo este asunto puedo resaltar: que los vendedores, una holandesa y un inglés con dos críos, se han ido a vivir a Girona; y que las llaves de la casa nueva, una vez terminada la transacción, me las dio mi vecina actual por encima de la pared del balcón porque sin saberlo hasta el último momento, era amiga de los vendedores y se las dejaron a ella antes de irse de Londres. Aquí el momento en que la vecina que tengo ahora me dio las llaves del piso al que me voy.
A cambio le di un conejo de Pascua de chocolate que no me había comido.