Hace dos días fue cuatro de julio. Este año he ido dos veces a los Estados Unidos. A principios de junio estuve en Denver, por otra conferencia.
En Denver hay un museo de arte. Bueno, habrá más, digo yo, pero sólo pude ver uno. Mi gozo en un pozo, la colección temporal gorda era una de Miró.
La permanente, no obstante, tiene una sección grandota de expolio cultural de todos los continentes. Bajo estas lineas, una pieza inuit, una cajita hecha de ballenas con un tirador con forma de cabeza de morsa.
Hopper no vi ninguno, pero estas señoras en la sección de expolio indio lo parecían.
Y nacionalromanticismo a cascoporro. Este cuadro de estética Atalaya representa el parque nacional de Yosemite.
Y algún paisaje que no estaba nada mal. De hecho había cosas muy majas de un tal William Victor Higgins.
Cerca del Museo había un monumento a las mujeres de la frontera, representadas por una matrona con niño y escopeta.
Neveras de porexpán con banderas nacionales, para mejorar el sabor de los refrescos y las Budweiser.
Había vistas.
Y un minigolf.
Y pianos por la calle en la avenida principal de compras. Alguna gente los tocaba.
Las revistas de cocina tenían un tema muy especializado, muy localista.
Aunque no hay que ser injustos, comí bastante bien.
Esto es la vista de las Rocosas desde el aeropuerto de Denver. No pudimos ir.
Y esto es la contrapublicidad disuasoria antitabaco encima de los paquetes de cigarrillos en el aeropuerto de Toronto, que vimos haciendo escala.
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